
Reflexión para el lunes de la quinta semana de Pascua
Jesús dijo: “Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia” (Jn 10,10). Esta afirmación, cargada de promesa y esperanza, no se refiere simplemente a la existencia biológica (bios), sino a la vida divina, la zoé: la vida plena, eterna y transformadora que brota de la comunión con Dios. Es la vida que comienza ya desde ahora en quienes se abren a la Palabra y permiten al Buen Pastor guiarlos hacia pastos eternos.
En la primera lectura (Hch 11,1-18), Pedro reconoce que el don de esta vida no está reservado a unos pocos. El mismo Dios que lo había llamado a predicar a los judíos, lo impulsa a cruzar fronteras culturales y religiosas. Lo que antes era “impuro”, ahora ha sido purificado por el Espíritu Santo. Y Pedro se rinde ante el testimonio vivo: también a los paganos les ha sido concedida “la conversión que lleva a la vida” (zoé). La vida abundante no es sólo promesa, es una realidad que irrumpe en corazones dispuestos.
Jesús se presenta como “la puerta” del redil (Jn 10,7). No hay otro acceso al verdadero pasto sino a través de Él. Pero este ingreso no es exclusivo ni elitista. Es un llamado abierto, universal, pero concreto: entrar por la puerta es asumir a Cristo como camino, como verdad y como vida. Es confiar que su voz no nos engaña, que su pasto sacia el hambre de eternidad, y que su guía no extravía.
¡Cuántas veces el mundo nos ofrece imitaciones vacías de la verdadera vida! Promesas de plenitud que, al final, dejan vacío; voces de extraños que confunden; caminos que no llevan a pastos, sino a soledad y heridas. El Buen Pastor, en cambio, no roba ni destruye: él entrega su vida para que la nuestra sea redimida.
La zoé que Cristo ofrece no es un premio para los buenos, sino un don para los humildes; no se compra, se recibe; no se impone, se anuncia. Es el anuncio kerigmático por excelencia: Dios, en Cristo, ha venido a darnos su propia vida, y esa vida se abre camino en quienes lo reconocen, se convierten y se dejan amar.
Como Pedro, estamos llamados a dejarnos sorprender por el actuar de Dios. La vida cristiana no es un refugio estéril, sino una pasión por el Reino, donde cada encuentro puede ser un umbral hacia la eternidad. Cada persona, cada situación, puede ser una puerta abierta por Cristo para acceder a esa vida abundante.
Esta vida en abundancia no es privilegio de unos cuantos, ni fruto del mérito humano: es una invitación abierta a todos. El mismo Espíritu que sorprendió a Pedro al descender sobre los paganos hoy sigue actuando, derribando muros, despertando corazones, renovando historias. Jesús no cierra la puerta a nadie: la conversión —ese volver a Dios con sinceridad— es el umbral por donde toda oveja perdida puede entrar y encontrar hogar. ¡Qué esperanza nos da saber que el Buen Pastor no se cansa de salir a buscarnos, ni deja de llamarnos por nuestro nombre!
En este lunes pascual, escuchemos la voz del Pastor. No endurezcamos el corazón, no nos conformemos con una vida superficial. Entremos por la puerta, con confianza. Pastos nuevos esperan. La vida eterna ha comenzado.
Preguntas para orar:
- ¿En qué ámbitos de mi vida me he acostumbrado a sobrevivir en lugar de vivir en abundancia?
- ¿Qué voces extrañas he estado escuchando que me alejan del Pastor verdadero?
- ¿Estoy dispuesto a abrir también yo las puertas a los que buscan entrar por Cristo, sin prejuicio ni miedo?
Oración final: Señor Jesús, Buen Pastor, abre mi corazón a tu voz. No dejes que me seduzcan otros caminos. Quiero entrar por Ti y vivir desde ahora la plenitud de tu vida. Amén.