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Homilía 26 de febrero de 2023
Lucas 5, 27-32
I Domingo de cuaresma
“No son los sanos los que necesitan el médico, si no los enfermos”
Primer domingo de cuaresma. Estamos ya en esta época de revisión personal y comunitaria, de profundización del sentido de nuestra fe, de preguntarnos cómo es realmente nuestro seguimiento de Jesús. El Papa Francisco, en su mensaje de esta cuaresma nos invita:
“La ascesis cuaresmal es un compromiso, animado siempre por la gracia, para superar nuestras faltas de fe y nuestras resistencias a seguir a Jesús en el camino de la cruz… Para profundizar nuestro conocimiento del Maestro, para comprender y acoger plenamente el misterio de la salvación divina, realizada en el don total de sí por amor, debemos dejarnos conducir por Él a un lugar desierto y elevado, distanciándonos de las mediocridades y de las vanidades. Es necesario ponerse en camino, un camino cuesta arriba, que requiere esfuerzo, sacrificio y concentración, como una excursión por la montaña.”
La liturgia de hoy nos presenta dos procesos en que reflexionar, ambos sobre las acechanzas del mal a las personas. Uno el Génesis; todo ser humano, representados simbólicamente por una primer pareja en la historia; el otro proceso: Jesús ante las tentaciones. En el primer caso triunfa la debilidad, la caída inmediata; en el segundo, la fuerza, la capacidad de resistir en la prueba.
El primer ejemplo, nos muestra la psicología del pecado. Empieza por el encubrimiento de la falsedad, del error. El símbolo, una serpiente, que, además, representa una diosa del país vecino. Serpiente, pues, que por un lado encubre la realidad, y por otra, lleva a falsos dioses.
Los pasos del encubrimiento:
1. Empieza generando una serie de falsas concepciones, todo en el nivel de las ideas: “¿Por qué me tengo que limitar?” “Yo puedo hacer lo que quiera con mi cuerpo, con todo lo que está a mi alrededor.” “Su Señor es inhumano y cruel, les impone algo terrible.”
2. Estas ideas, las palabras, son tan burdas que al principio son de fácil rechazo. Pero la tentación es insistente, no cede.
3. Cambia de táctica. Ahora toca lo sensible de la persona, la seduce mediante los sentidos, en este caso por el gusto: “los frutos de aquel árbol le parecieron a la mujer apetitosos”
4. Ya minado lo afectivo, llega a la falsa razón, y ataca la soberbia de la persona, a que se independice de Dios, a sentirse el centro, capaz de por ella, por él mismo, conocer y dominar todo: “si comen eso frutos, se les abrirán los ojos y serán como dioses, pues conocerán el bien y el mal”
5. La tentación busca la complicidad; trata de contagiar a otros utilizando el mismo proceso psicológico del error: “le dio a su marido, que estaba con ella, y él también comió”
6. Consecuencia: negación del error, rompimiento y justificación final: “se les abrieron los ojos a los dos y se dieron cuenta de que estaban desnudos”. Tan bello es el ser humano y lo hemos convertido en objeto de pecado, de deseo mal sano.
En el segundo caso, Jesús, como verdadero hombre, también sufre la tentación. San Mateo la ubica en un desierto. Toda vida humana es un desierto donde se suceden los hechos, unos de vida, otros de tentación. Jesús, pues, vive las tentaciones, al igual que cada uno de nosotros, a través del proceso de toda su vida. La diferencia es que tiene la capacidad de vencerlas. Las tentaciones de Jesús son semejantes a las tentaciones que cada uno de nosotros vivimos y ante las cuáles tenemos que luchar.
La primera tentación consiste en hacer de la satisfacción de las necesidades materiales el objetivo absoluto de nuestra vida; pensar que la felicidad última del ser humano se encuentra en la posesión y el disfrute de los bienes. Son necesarios, pero no absolutos. La alternativa que vive Jesús para vencer dicha tentación es la de compartir en lugar de acaparar, de trabajar productivamente para bien de la comunidad y no explotar al prójimo solo para un poseer acaparador y egoísta.
La segunda tentación consiste en buscar el poder, el éxito o el triunfo personal, por encima de todo y a cualquier precio. Incluso siendo infiel a la propia misión y cayendo esclavo de las idolatrías más ridículas. La propuesta de Jesús, su testimonio, es que la persona acierta no cuando busca su propio prestigio y poder, en la competencia y la rivalidad con los demás, sino cuando es capaz de vivir en el servicio generoso y desinteresado a los hermanos.
El tercer error consiste en tratar de resolver el problema último de la vida, sin riesgos, luchas ni esfuerzos, utilizando interesadamente a Dios de manera mágica y egoísta. Es pedir a Dios pruebas que corroboren la misión encomendada, en dudar de la presencia y la protección de Dios: «¿Está o no está con nosotros el Señor?». Pero Jesús tiene una confianza plena en Dios, en su proyecto, en su presencia: «No tentarás al Señor tu Dios» lo vive como consigna. La vida, la misión no es fácil, hay que estar discerniendo los caminos concretos, pero Jesús nunca duda de su presencia, de que ahí está, de no perder la confianza en él.
Las lecturas de hoy nos invitan a desenmascarar nuestro proceso psicológico interno de pecado, a descubrir cómo se dan las tentaciones en mi vida: de poseer, de poder, de soberbia. Pero, sobre todo, de la manera cómo nos ayuda el ejemplo de Jesús, la misericordia de Dios hecha hombre. Como recuerda san Pablo a los romanos, “El don de Dios supera con mucho al delito. Pues si por el delito de un solo hombre todos fueron castigados con la muerte, por el don de un solo hombre, Jesucristo, se ha desbordado sobre todos la abundancia de la vida y la gracia de Dios”.
Ambigüedades, de Matu Hardoy, en Rezando Voy de este día, nos anima a vernos, si limitados, pero tan humanos como Jesús.
Ay, corazón,si serás misterioso.
Que cuando te olvidan, recuerdas.
Cuando te piden silencio, gritas.
Cuando necesitas frenar,
te aceleras.
Cuando te sientes vacío,
no sabes esperar.
Cuando estás acompañado reclamas soledad,
y solo, sientes que jamás tendrás paz.
Siempre estás pidiendo tiempo,
pero no sabes aburrirte.
Ambiguo, apasionado, misterioso y complejo.
Así te quiero querer, corazón tan míoy tan nuestro.
Y así quiero querer,
de ese modo tan mío y tan tuyo.
Homilía 19 de febrero de 2023
Mateo 5, 38-48
VII Domingo del tiempo ordinario.
“Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que odian y rueguen por los que los persiguen y calumnian, para que sean hijos de su Padre celestial.”
Debo decir que hay personalidades que me hacen ruido, que no se que hacer con ellas, que me cuesta trabajo aplicar el evangelio de hoy en ellas. ¿Es posible amar a Daniel Ortega y a Rosario Murillo, la pareja que gobierna Nicaragua, con todo el mal que están haciendo en aquel bello país, a todos los disidentes a su dictadura? ¿Qué pensar del “Chueco”, el asesino de Campos, de Mora, de muchas otras personas en la Tarahumara? Y podemos irnos a miles de personajes que con sus actitudes han destruido vidas, han creado caos en la creación, han provocado desigualdad social, pobreza, contaminación, etc. Cómo reaccionar: ¿Ojo por ojo, diente por diente?; o, ¿escuchamos a Jesús… “pero yo les digo que no hagan resistencia al hombre malo”?
No es fácil la disyuntiva. Y la dificulta de acrecienta cuando lo bajamos a lo cercano, a las relaciones cotidianas de nuestra vida: al esposo infiel y machista, la vecina necia y destructora de las buenas relaciones vecinales, el trabajador sanitario que por negligencia causa tremendo dolor en una familia, el hermano gandalla que se lleva la mayor parte de la herencia, la compañera de trabajo que calumnia con el puro objetivo de quedarse con el mejor puesto de trabajo, el transito corrupto que no pierde ocasión de sacar mordida insistentemente en la carretera al pueblo donde transporto mi mercancía…
Los que no nos aman, los que nos dañan, con quienes entramos en conflicto, los posibles enemigos. Una primera cosa, siempre importante y básica: contra toda injusticia hay que luchar con toda la fuerza posible. La injusticia provoca infelicidad, genera relaciones de odio, destruye las buenas relaciones. No podemos quedarnos cayados frente a ella, menos aún ocultarla, peor aún, favorecerla. La injusticia es constantemente denunciada por Jesús. Lo importante es la actitud de fondo que nos lleve a actuar. El ojo por ojo supone venganza, supone un incremento del mal, creando una espiral de violencia, de error. Luchar contra la injusticia si, pero con amor.
Claro que no es fácil. No convenceré al injusto si me empeño en demostrarle que me hace daño a mí o a otro. Pero sí soy capaz de demostrarle que con su quehacer se está haciendo un daño a sí mismo, sin duda estoy dando opciones para un cambio en su actitud. Supone luchar contra el mal que produce, por supuesto, pero ayudar no necesariamente con palabras, si con actitudes y testimonio, a que se produzca un cambio en su corazón. Supone ver con generosidad al otro, a la otra, no justificando el mal que hace, pero si mostrando un rostro de aceptación a la persona, de deseo que se sienta entendido por mi. Frente a la rabia y el odio que se puede experimentar en esas ocasiones, Jesús exhorta a no guardar rencor; más aún, a perdonar y rezar por los perseguidores.
A niveles globales hay grandes mujeres, grandes hombres, que en su lucha contra el mal utilizan como herramienta la “no violencia”. Con ella han generado espacios de misericordia, de paz, de amor. Teresa de Calcuta, el Papa Francisco, Mahatma Gandi, Martin Luther King. De él, retomo estas palabras, que cita el P. Hermann Rodriguez para su homilía de hoy.
“La resistencia no violenta no es un método para cobardes. La no violencia implica resistencia. Si uno recurre a este método por miedo o simplemente porque carece de instrumentos para ejercer violencia, no es verdaderamente no violento. (…)”.
“Un segundo punto fundamental que caracteriza a la no violencia es que no busca derrotar o humillar al oponente, sino granjearse su amistad y comprensión. El resistente no violento debe expresar con frecuencia su protesta mediante la no cooperación o el boicot, pero no los entiende como fines en sí mismo; son simplemente medios para generar un sentimiento de vergüenza moral en el oponente. El objetivo es la redención y la reconciliación. (…)”.
“Una tercera característica de este método es que está dirigido contra las fuerzas del mal en vez de contra personas que hacen el mal. El resistente no violento pretende derrotar el mal, no las personas victimizadas por él”.
“Un cuarto punto que caracteriza la resistencia no violenta es la disposición a aceptar el sufrimiento sin retaliar, aceptar los golpes del oponente sin responder. El sufrimiento inmerecido es redentor”.
“Un quinto punto es que el resistente no violento no sólo rehúsa dispararle a su oponente, sino también a odiarlo. La base de la no violencia es el principio del amor”.
Termino tomando dos frases: una de la primera lectura de hoy, del libro del Levítico: “No odies a tu hermano ni en lo secreto de tu corazón. Trata de corregirlo, para que no cargues tú con su pecado. No te vengues ni guardes rencor a los hijos de tu pueblo. Ama a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor’”. Y, otra, la invitación final en la propuesta de hoy de Jesús: “Ustedes, pues, sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto”.
La poesía que hoy leo, de José María R. Olaizola, S.J., nos anima a lo mismo:
Ojo por ojo,
diente por diente,
golpe por golpe, insulto por insulto,
ofensa por ofensa,
ultraje por ultraje,
decepción por decepción.
Así se va llenando
la memoria
y el equipaje
de agravios, de rencor,
de deudas.
Mejor ofrecer,
contra el puño cerrado,
una mano abierta. Ante el insulto,
silencio
o, aún más, palabra de perdón.
Mejor no subirse
al tren del odio.
Mejor bajarse
de la espiral
de la venganza.
Mejor caminar por la senda
de la concordia.
Amar a amigos y enemigos, a la manera de Dios.
P José Luis Serra, S.J.
Homilía 23 De Octubre 2022
Lucas 18, 9-14
XXX del Tiempo Ordinario o Domingo Mundial de las Misiones
“Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador”
Estaba preparando la homilía para la misa de niños y no sabía por dónde, ni cómo tomar el hilo. Me preguntaba ¿cómo les digo a los niños que Dios nos quiere simplemente porque estamos vivos, porque somos su hijos y que no nos quiere porque nos portamos bien o nos portamos mal? ¿cómo explicarles que, para querernos, no le importa tanto las obras que hacemos o dejamos de hacer? ¿cómo hacerlo de forma pedagógica, que no afecte el comportamiento, sino por el contrario ayude más en ser mas humanos, mejores con los demás? A fin, de cuentas, ¿cómo le hago para no echarme encima a los papás? “Padrecito, si de por si me cuesta controlarlos y usted con estos rollo…”
Luego caí en la cuenta de que el problema no era solo para preparar la homilía, sino que el problema también está en mi. ¿Realmente me la creo que Dios me quiere simplemente porque soy, o me quiere porque hago cosas buenas, porque celebro misas, porque organizo la parroquia, porque hago oración, porque…? Y llego a una conclusión. Todavía creo que en un falso dios, un dios en minúsculas, que está contabilizando mis obras buenas para quererme más y que, por otro lado, me disminuye su querer, si no hago lo que según yo, él espera de mi, las cosas buenas. Me cuesta todavía llegar a entender al Dios enteramente bueno, ahora si con mayúsculas, el que mismo que con su ejemplo y sus parábolas nos enseña Jesús. El que me quiere simplemente por que soy, y por lo que soy; que me quiere porque soy su hijo y no porque me porte mejor o peor. Simplemente, me quiere…
Y también llego a otra conclusión. Al creer en ese dios en minúsculas, el del premio y castigo, así es también como yo veo, aprecio, juzgo a los demás. Sí cumplen con las normas, los estimo… sí viven la espiritualidad que a mí me funciona, son los aptos… sí vienen vestidos a misa como dictan las buenas conciencias, esos si son buenos cristianos… si aportan para caritas, para el domund, para el pulido de las bancas… si tienen clara su identidad sexual, como yo digo que debe de ser, sea bienvenido; los otros rechazados, están en pecado… sí, sí, sí… pongo tantos condicionamientos para primero calificarlos como los buenos, los de nosotros, los que si valen. Y entonces, solo entonces, los pongo dentro de mis casilleros de “a estos si los quiero”. Del resto, parece que solo me nace decir ‘Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos y adúlteros; tampoco soy como ese publicano…’ Por supuesto, me queda el saco en la parte del fariseo de la parábola. Siento que resuenan en mi las palabras de Jesús: “esta parábola (es) sobre algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás.”
¡Qué lejos me encuentro de la actitud del otro personaje, el publicano! Ciertamente no tiene nada de santo… es muy mal visto por su forma de relacionarse con los demás, de sacarles una buena tajada al cargar aun más los impuestos para quedarse con una parte. Contribuye a la injusta distribución de la riqueza, a que haya más pobreza y, con ella, descontento y hasta violencia. Pero él si se reconoce como pecador, “no se atrevía a levantar los ojos al cielo. Lo único que hacía era golpearse el pecho, diciendo: ‘Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador”.
Y sin embargo, la actitud de Dios es de un cariño igual, de la misma medida, para los dos. Es el mismo para ambos, aunque uno le acepta por su gratuidad, el otro pretende poner a Dios de su parte por la bondad de sus obras. El mismo amor, pero no los mismos sentimientos. Por supuesto Dios no se la cobrará ni con uno ni con otro… pero si se sentirá orgulloso de quien reconoce sus propias limitaciones, de quien es capaz de humillarse ante Él y los demás, de quien vive actitudes verdaderamente humanas. Por el contrario, sentirá tristeza, hasta molestia, por el fariseo, que pese a ser “buena persona”, se presenta altanero, sintiéndose más que los demás… pierde su sentido de hermandad, de formar una sola y muy humana comunidad.
Personalmente, reflexiono, reviso mis actitudes y mis acciones, y me pregunto cuales serán los sentimientos de Dios ante ellas. A priori se que me quiere, ¿pero se sentirá orgulloso o molesto? ¿qué verá en mí, otro fariseo que desprecia al de la parroquia vecina porque no vive la espiritualidad ignaciana, o al humilde publicano, que quiere aprender aún del sencillo, de aquel con quien no está totalmente de acuerdo?
Y volviendo a mi homilía con los niños, la claridad y respuesta a las dudas la encontré en la charla con una de las catequistas… “muy fácil, póngales el ejemplo de los padres. Ellos, se porten bien o mal los niños, no dejarán de quererlos; son sus hijos”. Estarán contentos, orgullosos, si proceden correctamente. Seguro que los motivarán para que sigan por ahí, siempre los apoyarán. Y si proceden incorrectamente, lo más probable es que, primero, ellos mismos serán los más tristes y preocupados, y segundo, los regañarán, los corregirán, los invitarán a cambiar, les darán pautas para ser mejores. Pero ciertamente nunca dejará de quererlos. Gracias a la catequista… ahora ya se no solo por dónde hacer mi homilía para los niños, sino cómo Dios es y actúa conmigo, con nosotros.
Y por eso mismo, tomo las palabras del salmo de hoy: Bendeciré al Señor a todas horas, no cesará mi boca de alabarlo. Yo me siento orgulloso del Señor, que se alegre su pueblo al escuchado. El Señor no está lejos de sus fieles.
Igualmente, hago mías estas palabra de Rodríguez Olaizola: Publicano
Pensaba que podía todo
que yo me bastaba,
que siempre acertaba,
que en cada momento
vivía a tu modo y así me salvaba.
Rezaba con gesto obediente en primera fila,
Y una retahíla de méritos huecos
era solo el eco
de un yo prepotente.
Creía que solo mi forma
de seguir tus pasos
era la acertada.
Miraba a los otros con distancia fría
porque no cumplían tu ley y tus normas.
Me veía distinto, y te agradecía
ser mejor que ellos.
Hasta que un buen día
tropecé en el barro,
caí de mi altura,
me sentí pequeño.
Descubrí que aquello
que pensaba logros
era calderilla.
Descubrí la celda,
donde estaba aislado
de tantos hermanos
por falsos galones.
Me supe encerrado
en el laberinto
de la altanería.
Me supe tan frágil…
y al mirar adentro
tú estabas conmigo.
Y al mirar afuera,
comprendí a mi hermano.
Supe que sus lágrimas,
sus luchas y errores
sus caídas y anhelos,
eran también míos.
Ese día mi oración cambió.
Ten compasión, Señor,
que soy un pecador.
Homilía 16 de Octubre 2022
Lucas 1, 8-18
Domingo XXIX del tiempo ordinario.
“Orar siempre y sin desfallecer“
En este mes hemos seguido la lectura del evangelio de san Lucas, especialmente aquellas parábolas de Jesús donde invita a la oración. Se puede hacer un tratado de espiritualidad de todas estas lecturas. Simplemente recordar como Jesús invita a orar con las sencillas y profundas palabras del Padre Nuestro; o de aquel hombre, que por quitarse de la insistencia del amigo a media noche, le da lo que pide; o recordar al papá que, si el hijo le pide alimentos, no le da alimañas… Hoy el evangelio se centra en la viuda que insistentemente pide justicia.
De las lecturas vistas en la semana anterior, podemos concluir que hay varios tipos de oración, como la de dar gracias, o la de petición. El objetivo de esta última no esta en pedir cualquier cosa, sino en pedir el Espíritu Santo. Que el padre nos conceda el Espíritu Santo, significa caer en la cuenta de que tenemos multitud de cualidades, muchísimas posibilidades, y, por lo mismo, mucha responsabilidad. Reconocer así al Espíritu Santo, es oponerse a la imagen de Dios como mago, o como político en campaña. Igualmente, la visión de un Dios de toma y daca no es la que Jesús nos presenta: tú me pides, yo te concedo, y tú cumples con una serie de preceptos para lograr tu salvación.
Tampoco es la visión de la muy mal entendida omnipotencia de Dios, en que sus intervenciones van en contra de las leyes de la naturaleza que él mismo impulsó, al crear la naturaleza, tal como es, y a nosotros, tal como somos.
Entonces, ¿Qué significa pedir el Espíritu Santo al orar el Padre Nuestro?: trabajar por el Reino de verdad y justicia, de amor y solidaridad, de comunidad. Pedimos el pan de cada día, como responsabilidad: reconocer nuestras capacidades y cualidades, trabajar con ellas por ese pan y compartirlo con quienes no lo tienen. Cuando decimos perdonarnos unos a otros, pedimos vivir en comunidad, sabernos entender, aceptar, para no ofendernos y, sí tomar decisiones conjuntas que ayuden al Bien Común, que cuiden esta creación que él nos dio, incluyendo nuestras relaciones. Pedimos no caer en la tentación de querer usurpar su lugar entre nosotros, de romper el Reino que hemos pedido, de vivir en forma egoísta, individualista, nada igualitaria, que contradiga las dos primeras palabras de nuestra oración: Padre Nuestro. Todos hijos, todos, todas, un mismo padre, una sola familia. Un NUESTRO Padre, una UNICA FAMILIA.
Hoy, en el evangelio, “para enseñar a sus discípulos la necesidad de orar siempre y sin desfallecer”, Jesús narra la parábola del juez corrupto quien afirma de sí mismo “no temo a Dios ni respeto a los hombres” pero que cede ante “la insistencia de esta viuda, voy a hacerle justicia para que no me siga molestando.”
Retomo dos puntos de esta parábola ante la oración: una la actitud y otra el objetivo. La actitud es la perseverancia. El objetivo: la justicia de Dios.
Para conseguir muchos objetivos es necesario hacer procesos, tener un objetivo claro, con muchas líneas de acción. Estamos organizando la kermés. Tenemos claro el objetivo: Que en este camino de sinodalidad, compartamos todos juntos la alegría de ser comunidad y nos animemos en el trabajo de construir la paz en México. Para conseguirlo se necesitan muchas tareas, mucho pensarle, meterle compromiso, para que esta se realice. Que los permisos del municipio, que conseguir infraestructura, que los ministerios se reúnan para organizarse en el puesto que les tocó, que los médicos arreglen la enfermería, que la venta de apartados… hay que ser persistentes para conseguir el objetivo.
Por supuesto hay cosas más trascendentes, tanto por su duración como por su importancia, varias de ellas coincidentes, con la petición de justicia de la viuda en el evangelio. Los familiares de desaparecidos, cuyo objetivo es encontrarlos, saber de ellos, y que su persistencia los lleva a buscarlos en uno y mil lugares. Insistir para que su lucha no pase al olvido: haciendo marchas, denunciando en los medios de comunicación, por supuesto, con la oración, como la que precisamente hoy, pedimos por ellos en toda la iglesia mexicana… Persistencia, también, para acudir a instancias gubernamentales, donde más de alguna vez se encuentran con funcionarios parecidos a los del evangelio, sin temor a Dios ni respeto a los hombres.
En fin, la perseverancia es una actitud necesaria para muchas actividades: sacar adelante una empresa, conseguir empleo, para acompañar a las personas, especialmente a los jóvenes. Perseverancia para trabajar por la paz, como lo estamos haciendo en toda la iglesia de México.
El objetivo, la justicia de Dios. ¿cuál es la diferencia entre la justicia humana y la justicia de Dios? Como previo, solo decir que ambas son positivas, buenas. La justicia humana la vemos en la petición de la viuda: ser reconocida como persona, se respeten sus bienes, conseguir apoyo para el sostenimiento y educación de los hijos. También la encontramos en la lucha de los familiares de los desaparecidos. Podría ser también por el motivo que viven muchos hermanos en el penal de aquí a dos cuadras. Quizá también en nuestra búsqueda eclesial por la paz. Justicia equitativa, se logre un equilibrio sano entre las personas. Se respete los acuerdos normados en la ley. Se posibilite libertad básica en igualdad de condiciones para todos.
La justicia de Dios, a diferencia de la humana, no tiene nada de retributiva. Es gratuita, es regalo de él para todos nosotros. La recibimos como don. Es sabernos ya, aquí y ahora, salvados, amados totalmente por él, con la esperanza de que esa salvación no tendrá fin. La justicia de Dios, eso si, tiene una preferencia especial: los más pobres. Nuestro Arzobispo, Don Constancio Miranda, antier, al iniciar la XXIII Asamblea Pastoral diocesana, nos decía que los pilares que animan el servicio pastoral de Jesús son cuatro: el Reino de Dios, la Voluntad del Padre, la docilidad y armonía con el Espíritu y, finalmente, el cariño a los pobres: “En su ministerio Jesús refleja una clara preferencia por el pobre, el humillado y el débil, a quienes les restituye su dignidad de personas y de hijos de Dios”, nos dijo invitándonos a vivirlos en su seguimiento desde nuestro ministerio.
Como en mil casos lo demostró Jesús, la viuda es un ejemplo de este cariño. En ella, la justicia divina totalmente amorosa, es de rápida ejecución. “¿creen ustedes acaso que Dios no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, y que los hará esperar? Yo les digo que les hará justicia sin tardar”, afirma con total certeza Jesús. Pero hacen falta manos que lo hagan realidad en el presente, que se refleje en la sociedad donde nos movemos, en el trabajo que hacemos, en la pastoral social de la parroquia y de la diócesis, en la vida política del país, en cada una de las familias.
El ejemplo de la oración de hoy, no es para pedirle a Dios su justicia; ya la tenemos, insisto, gratis. Pero si para que podamos ser sus instrumentos para su realización en la historia que nos está tocando construir.
Termino con la poesia de Florentino Ulibarri ¿CÓMO CALLARNOS…?
Cuando la causa es justa,
cuando lo que está en juego es la vida,
sea la propia o la ajena,
cuando los valores que anhelamos
son los de tu evangelio,
cuando se nos arrebata lo que nos diste gratis
desde el inicio de esta historia…
¿Cómo callarnos…?
Haznos osdos hasta la impertinencia,
pero sin cambiar de bando.
Ante tantos desmanes de quienes elegimos
para ser nestros representantes
y para que nos defendieran en tiempos de crisis,
o de quienes llegaron junto a nosotros
como enviados para enseñarnos
a estar a tu lado y vivir como hermanos,
ante el buen vivir de quieres no nos dejan vivir…
¿Cómo callarnos…?
Haznos osdos hasta la impertinencia,
pero sin cambiar de bando.
Hoy que parece estar todo atado y bien atado,
porque las leyes las hacen los de siempre;
hoy, que se impone el silencio y el rendimiento
y nos invitan a ser peones en el tablero;
hoy, que está mal visto alzar el vuelo
y mirar desde otro punto que no sea el de ellos;
hoy, que se nos sugiere que no merecemos lo que tenemos…
¿Cómo callarnos…?
Haznos osdos hasta la impertinencia,
pero sin cambiar de bando.
Porque queremos ser tus hijos
y no olvidarnos de que somos hermanos,;
porque queremos ejercer nuestros derechos,
los que tú nos diste al inicio;
porque nos susurras que no renunciemos
a tu soplo y Espíritu;
porque no queremos otros señores…
¿Cómo callarnos…?
Haznos osdos hasta la impertinencia,
pero sin cambiar de bando.
Homilía 14 De Agosto 2022
Lucas 12, 49-53
Domingo XXX del tiempo ordinario.
“He venido a traer fuego a la tierra”
La realidad es ambivalente. Las cosas, los elementos, su uso, los efectos de ellas sobre la vida, pueden ser positivos o negativos. En sí misma, si escuchamos la palabra “agua”, la catalogaremos como gracia, como un elemento no solo positivo sino necesario para la supervivencia del mundo entero, de la humanidad.
California en los Estados Unidos, todos los estados del norte del país, sufrimos por la falta de agua. Pedimos para que llueva, que nuestras presas se llenen, que tengamos la cantidad suficiente de agua para regar sembradíos, que el ganado no muera de sed, que nosotros tengamos vida sana y limpia. Jesús utiliza el agua como símbolo de vida eterna de plenitud
El agua, como todo, también es ambivalente. Puede ser instrumento de destrucción. Por exceso, un río se desborda e invade una mina, causando una catástrofe a 10 mineros. Una lluvia desmedida, puede ahogar toda una cosecha. Bien sabemos que hoy en día es acaparada por unos pocos con el fin de incrementar sus riquezas, y es instrumento de negociación, de chantaje, y así, pueblos poderosos dominan a otros más pobres.
Bíblicamente, se reconoce al agua como un elemento purificador, mediante el bautismo de Juan. Es también instrumento de vida eterna, como el agua del pozo de Samaria; es motivo de gran alegría durante las bodas de Caná. Pero también es instrumento de destrucción, como hoy, en que el buen Jeremías es arrojado a un pozo para que se ahogue con esa unión de agua y tierra que llamamos lodo. Por la exacerbación de las pasiones, el agua se utiliza como símbolo de destrucción en el diluvio, o en aquellos que buscan oponerse a que el pueblo de Israel logre su libertad y son cubiertos por las aguas del Mar Rojo.
En el Evangelio de hoy nos encontramos con otro elemento: el fuego. Jesús dice: “He venido a traer fuego a la tierra y cuánto desearía que ya estuviera ardiendo”. El fuego destruye cuando se vuelve incontrolable como constatamos sea en campos extremadamente resecos, o cuando es utilizado para deforestar y así, despojar de sus tierras a los campesinos, cambiar su uso, para sembrar amapola o mariguana en la sierra, o para una explotación inmobiliaria en las ciudades. Claro, todo esto para beneficio de muy pocas personas. Muchas veces en la Biblia, el fuego es un elemento de castigo y de destrucción. En cambio, hoy el fuego de Jesús, es purificador, es pasión, es fuerza qué motiva al cambio.
Fuego que ya arda, fuego que transforme, fuego que cambie, fuego que contagie, fuego que haga realidad el Reino del Padre. Es un fuego que ardientemente lo pide Jesus para vivir su misión. Es un apasionado de la vida. San Ignacio de Loyola, al enviar a San Francisco Javier como misionero al Asia, le encomienda “ id, inflamad todas las cosas”; y con esta frase, Ignacio le esta diciendo: vive con gran pasión, lucha por cambiar todo aquello con lo que te encontrarás. Que seas instrumento para que se crezca por allá la Palabra de Jesús; anúncialo con gran todo el fuego que hay en tu corazón, inflama todas las cosas. Javier en la India, en Filipinas, en Japón, bautiza, organiza catequesis, se incultura, dialoga con autoridades de aquellas regiones tan distintas… todo con el fin de que conozcan a Jesús, que hagan suyo “su Modo de Proceder”, tal como él mismo aprendió de Ignacio en aquellos ejercicios de París donde su corazón se transformó para arder con flamas inapagables de amor por Jesús.
“Un fuego que enciende otros fuegos”, tiene como consigna de vida otro gran santo jesuita: el chileno, san Alberto Hurtado. Jesús es precisamente “un fuego que enciende otros fuegos”pero con destino a toda la tierra, como nos dice el evangelio. Esa es la expectativa: todo un mundo, un universo que contagia, invita a recibir el mismo bautizo, ese que limpia, purifica, que rompe con lo que no es sano, con lo que quita plenitud.
Jesús no es idealista: está muy bien ubicado en la realidad. Conoce perfectamente que los corazones ardientes tardarán en llegar. “¡Cómo me angustio mientras llega!” Los corazones apasionados, ardientes pasan inadvertidos para muchos. El bautismo, la purificación, es minusvalorada, y es tal el nivel de confort, que sofoca todo fuego que busque mayor nivel de conciencia, qué se apasione, como lo hace Jesús, por los pobres, por los descartados de la sociedad. Este es el gran pecado de los que nos llamamos cristianos, de los que formamos su iglesia: un corazón sin chispa, sin pasión, que deja que el fuego del amor por los demás se apague, debilitándose poco a poco, en un mero cumplimiento de normas y “deberes ser” infecundos.
Paradójicamente, la misión de Jesús “no es traer La Paz sino la división “ y, peor aún, división al interior de las familias. Sabe que el fuego que lo apasiona, el bautismo que purifica, no serán aceptados ni por poderosos ni acomodados, ni por los conformistas o los ortodoxos, menos aún por los timoratos. Y en toda familia nunca falta uno de estos. La paz que pretende Jesús necesita de hombres y mujeres de autenticidad, introspección y capacidad de discernimiento, asertivos, y por supuesto, que no se acobarden ante el conflicto.
¡Todo esto no es nada fácil! Sólo es alcanzable cuando hay oración, intimidad con el Señor Jesús. Solo cuando esta intimidad con él, nos lleva al dialogo y la comunicación, y así crear fraternidad. Y desde esta, buscar medios de justicia y protección al más débil, de una verdadera paz. Una paz que partiendo de la armonía interna, lleve a la armonía con los demás, y, como conclusión, es la verdadera forma de lograr la armonía con Dios.
Los obispos de México, las superioras religiosas y superiores religiosos de México, y el provincial de los jesuitas en nuestro país, una vez terminadas las jornadas donde oramos por la paz, durante el mes de julio, nos convocan ahora a que no se apage esa mecha y así “dialogar en comunidad amplia para transformar desde Jesucristo, las realidades injustas, violencia e inseguridad”, favoreciendo “espacios de diálogo plural, crítico y propositivo. que permita avanzar en la construcción de respuestas interinstitucionales para colaborar en la solución de estos problemas que nos apremian”.
Nos proponen cuatro líneas de acción:
1. Jornada de oración cada mes
2. Conversatorios por La Paz
3. Diálogos justicia y seguridad
4. Utilizar la plataforma digital “enciende una luz” para hacer memoria y pedir por las víctimas de la violencia.
Estas invitaciones, muy concretas, para que nuestro corazón arda de pasión por La Paz propia del reino de Dios, las estaremos pensando en el Consejo Parroquial, ver caminos prácticos y así, unirnos a este esfuerzo nacional y mantener nuestro corazón ardiente, lleno del fuego de La Paz y del amor, y donde podamos fortalecer el protagonismo de ustedes, laicas y laicos, en la construcción de un mundo cada vez más humano y fraterno, donde la presencia de las mujeres y jóvenes es fundamental.
¡Cuánto deseo que ardaís!
¡ Qué pocas hogueras!
Fuegos débiles,
llamas tenues,
rescoldos sin fuerza
que son ya solo ceniza.
No se oye el crepitar,
ni se siente el calor,
ni se ilumina la oscuridad,
ni se acrisolan los tesoros
con este fuego que llevamos dentro.
Pero yo sigo soñando que tu fuego prenda
en nuestros corazones,
en los pueblos,
en las iglesias,
y en la creación entera.
Porque para eso has venido
a nuestro mundo
y te has desvivido,
día a día, entregándote
y comunicando la buena noticia.
¡No me atraen los que se encierran,
los que no se exponen al viento,
los que , por temor, huyen
o se protegen cuando vienes
y soplas suave o fuerte.
Yo anhelo tu fuego
para que este mundo arda,
se acrisole e ilumine.
Deseo que tu fuego nos sorprenda
y que prenda en nuestro corazones.
Jornadas De Oración Por La Paz
Domingo: Oración por la Paz de San Francisco de Asis.
Señor, haz de mí un instrumento de tu paz.
Que allá donde hay odio, yo ponga el amor.
Que allá donde hay ofensa, yo ponga el perdón.
Que allá donde hay discordia, yo ponga la unión.
Que allá donde hay error, yo ponga la verdad.
Que allá donde hay duda, yo ponga la Fe.
Que allá donde desesperación, yo ponga la esperanza.
Que allá donde hay tinieblas, yo ponga la luz.
Que allá donde hay tristeza, yo ponga la alegría.
Maestro, que yo no busque tanto ser consolado, cuanto consolar,
ser comprendido, cuanto comprender,
ser amado, cuanto amar.
Porque es dándose como se recibe,
es olvidándose de sí mismo como uno se encuentra a sí mismo,
es perdonando, como se es perdonado,
es muriendo como se resucita a la vida eterna.
Amén.
“Para tener el mismo Corazón de Jesús…”
Tejer en Cristo nuevas relaciones: De la fragmentación a la unidad.
Reflexión dominical – 19 de junio de 2022
LAS PROMESAS DE DIOS
Zac 12,10-11; 13, 1; Sal 62; Gál 3, 26-29; Lc 9, 18-24
Las promesas divinas abundan hoy.
La primera lectura nos coloca en medio de una sección del profeta Zacarías con una cadena de anuncios empezando con la fórmula “aquel día”. Ante el décimo anuncio que encontramos en nuestra lectura, habrá una purificación terrible y la promesa (desde Éx 23, 10) de enviar un ángel como guía del pueblo, de otorgar una gracia que mueve internamente al pueblo y le hace llorar su pecado.
Otra promesa, quizá más positiva, se presenta en la Carta a los gálatas, donde Pablo alude a aquella promesa, hecha a Abrahán, de abundantes bendiciones divinas distribuidas a todos, más allá de todas las divisiones sociales.
En Lucas, las promesas y su cumplimiento siguen, con Jesús identificado como el Mesías, prometido de Dios a través de los siglos, quien ofrece a sus discípulos el culmen de las promesas, la salvación.
Reflexión dominical – 5 de junio de 2022
SOLEMNIDAD – DOMINGO DE PENTECOSTÉS
LA RIQUEZA INFINITA DEL ESPIRITU
(Misa del día) Hech 2, 1-11; Sal 103; 1 Cor 12, 3-7.12-13; Jn 20,19-23
Las lecturas bíblicas de esta gran fiesta litúrgica proclaman la riqueza infinita del Espíritu. En Hechos, Lucas entrelaza una tapicería de imágenes: el viento, el fuego, y las lenguas, para simbolizar la fuerza y el vigor que el Espíritu otorga a la evangelización. En la Primera carta a los corintios, Pablo se dirige a los carismas que el Espíritu suscita en la Iglesia y que deben dar origen no a las divisiones y los celos, sino al trabajo unificado para formar el único Cuerpo de Cristo. En Juan, el Espíritu que se desprende del soplo de Jesús recuerda ese soplo divino que “se movía sobre la superficie de la Tierra” (Gén 1,2) en la creación del mundo; sólo que aquí, el mundo no se crea sino que se re-crea por medio del perdón y la reconciliación, otros dones del Espíritu maravilloso.
8 de mayo de 2022 – IV DOMINGO DE PASCUA
“VI UN GENTÍO INMENSO Y CANTABAN CON VOZ PODEROSA”
Hech 13, 14. 43-52; Sal 99; Apoc 7, 9. 14-17: Jn 10, 27-30
En medio de los espantos y turbaciones sobre el fin del mundo que narra el autor del libro de Apocalipsis, en la segunda lectura de hoy se relata una imagen esperanzadora de la vida en el cielo.
Una existencia celestial de alegría, de convivencia con Dios y de la absoluta plenitud de la vida, de gran fiesta con música resonando por todas partes. De hecho, el anciano que discute esta fiesta con el autor canta una parte de su conversación, ya que el hablar no es lo suficientemente alegre para el estado de regocijo que es el cielo.
En cierto sentido, la vida resucitada llega a su culmen sólo en esa actividad que reúne todas las fuerzas, toda la creatividad y toda la belleza del universo que se llama la música.