
Este IV Domingo de Pascua, la Iglesia se reúne para contemplar con alegría a Cristo, el Buen Pastor. Su voz resuena con fuerza en medio de un mundo herido y disperso, llamándonos por nuestro nombre y recordándonos que somos conocidos, amados y buscados por Él. Hoy, además, lo celebramos en un momento especialmente significativo: el inicio del ministerio petrino del Papa León XIV, el cardenal Robert Francis Prevost, cuya elección marca una nueva etapa de esperanza para el pueblo de Dios.
Las palabras del nuevo sucesor de Pedro, pronunciadas desde el balcón de la Basílica de San Pedro, no podrían resonar con más sintonía con las lecturas de este domingo:
“Ayudadnos a construir puentes, a ser sembradores de paz y a derribar los muros que separan a los pueblos”, dijo el Papa León XIV en su primer mensaje al mundo. Desde el corazón de la Iglesia, se eleva así un llamado a salir al encuentro del otro, a la unidad, al diálogo, a la compasión… a ser pastores con olor a oveja, como nos pedía también su predecesor.
Pero esta voz, aunque llena de autoridad espiritual, no es una voz nueva: es eco de la voz eterna del Buen Pastor. Jesús nos dice hoy en el Evangelio:
“Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy la vida eterna y no perecerán jamás.”
Aquí está el núcleo del anuncio cristiano: no estamos abandonados, ni condenados a la deriva. Hay un Dios que nos conoce y nos llama por nuestro nombre. ¡Cristo ha venido a rescatarnos! Él ha cargado sobre sus hombros nuestra cruz, ha vencido el pecado y la muerte, y nos abre un camino nuevo de vida eterna.
Este anuncio es tan urgente hoy como lo fue en los días de Pablo y Bernabé, cuando en la sinagoga de Antioquía proclamaron con valentía:
“Nos dirigiremos a los paganos, para que la salvación llegue hasta los últimos rincones de la tierra.”
Y lo mismo se nos dice hoy: ¡la salvación es para todos! Pero debemos acogerla con corazón abierto. No basta con estar cerca del rebaño, es necesario escuchar la voz del Pastor y seguirle.
El Cordero, dice el Apocalipsis, “será su pastor y los conducirá a las fuentes del agua de la vida… y Dios enjugará de sus ojos toda lágrima.” ¡Qué promesa tan consoladora! Pero no es solo para después de la muerte: Cristo quiere pastorearnos aquí y ahora. Quiere liberarnos de nuestras esclavitudes, de nuestras heridas, de nuestra autosuficiencia, y darnos una vida nueva en Él.
Por eso, este Domingo del Buen Pastor es también una llamada clara a la conversión:
- ¿A quién estoy siguiendo en verdad?
- ¿Reconozco la voz del Señor entre tantas voces que me confunden?
- ¿Estoy dispuesto a dejarme pastorear por Cristo, o sigo resistiéndome a su amor?
El Papa León XIV ha comenzado su servicio con un gesto de humildad, oración y reconciliación. Sigámoslo en comunión, como Iglesia que se deja guiar por el Espíritu, una Iglesia que no se encierra, sino que se lanza a evangelizar desde el encuentro con el Resucitado.
Hoy, más que nunca, pidamos la gracia de escuchar con nuevo fervor el kerigma —la proclamación viva de que Cristo ha muerto por nosotros, ha resucitado y está vivo—, y que este anuncio transforme nuestras vidas. Que lo acojamos con la alegría de los gentiles en Antioquía, y que seamos discípulos misioneros, pastoreados por el Señor, pero también enviados a pastorear a otros.
¡Aleluya!