
Este domingo quinto de Cuaresma nos invita a mirar hacia adelante con esperanza, dejando atrás el pasado y confiando en la misericordia transformadora de Dios.
En la primera lectura, el profeta Isaías nos presenta a un Dios creador de novedades. Aquel que abrió un camino en el mar para liberar a su pueblo, ahora promete hacer brotar vida en el desierto. Es una palabra poderosa: “No recuerden lo pasado… yo voy a realizar algo nuevo.” Dios no está anclado en lo que fue, sino que actúa aquí y ahora, creando posibilidades nuevas incluso en medio de nuestras sequías espirituales.
El salmo 125 canta esa experiencia de renovación con alegría: el Señor cambia la suerte del pueblo como la lluvia transforma el desierto. Aun los que siembran con lágrimas, volverán con cantos y gavillas en las manos. ¡Qué promesa tan consoladora para quien vive momentos difíciles!
En la segunda lectura, san Pablo nos muestra el corazón de quien ha descubierto lo verdaderamente valioso: Cristo Jesús. Nada más importa si no es para acercarnos más a Él. Pablo no se conforma ni se detiene; se lanza hacia adelante con la mirada puesta en la meta, como un atleta que no mira atrás. Así debe ser nuestro camino en la fe: siempre en crecimiento, con humildad, pero con decisión.
Y el Evangelio, profundamente humano y lleno de misericordia, nos presenta a Jesús frente a la mujer sorprendida en pecado. Los fariseos buscan condenar; Jesús, en cambio, revela el pecado de todos y ofrece a la mujer una nueva oportunidad. “Tampoco yo te condeno. Vete y ya no vuelvas a pecar.” No justifica el pecado, pero salva a la persona. Nos enseña que la conversión verdadera nace del encuentro con el amor que perdona.
Este domingo es una invitación a soltar culpas, a dejar atrás lo que nos ata, y a abrirnos a la novedad que Dios quiere hacer en nuestra vida. Como la mujer del Evangelio, vayamos con el corazón renovado, decididos a no volver al pecado y confiando en que el Señor nos llama siempre a comenzar de nuevo.