Reflexionemos – Vigilia Pascual en la noche santa

Esta es la noche, dice el Pregón Pascual, en que todo cambió. No una noche más, sino la noche santa, en la que el silencio del sepulcro fue rasgado por la Palabra viviente. En esta Vigilia, que es madre de todas las vigilias, celebramos no solo un recuerdo, sino una irrupción: Dios ha entrado en la muerte, y la ha desbordado con su Vida.
Al inicio, fuera del templo, encendemos el fuego nuevo. ¿Qué es ese fuego, sino un símbolo de la Luz que ninguna tiniebla pudo contener? En el corazón de la noche, cuando todo parecía terminado, la Luz verdadera comenzó a brillar, no como un relámpago violento, sino como un fuego manso y fiel, que avanza iluminando los pliegues de la historia humana.
Ese fuego enciende el cirio pascual, signo del Cristo resucitado, herido pero glorioso. Es la luz del Resucitado que, entrando en la asamblea, disipa nuestras sombras. Y mientras el cirio avanza, la liturgia canta el anuncio más sobrecogedor que ha escuchado la humanidad: el Pregón pascual, ese canto que pone en boca de la Iglesia el asombro ante el designio de Dios.
“¡Feliz la culpa, que mereció tal Redentor!” No celebramos el pecado, sino la misericordia que lo venció. No glorificamos la caída, sino al que nos levantó. El Pregón pascual es un canto de admiración, de júbilo, de estremecimiento ante el Amor que fue hasta el extremo, y que no retrocedió ni ante la cruz, ni ante el sepulcro, ni ante nuestra traición.
En esta Vigilia escuchamos la historia de la salvación: la creación, el paso del mar, la promesa de una alianza nueva. Todo nos conduce a ese momento en que el Aleluya, silenciado durante la Cuaresma, estalla de nuevo, proclamando que la muerte ha sido vencida. Cristo ha resucitado, y con Él ha comenzado el mundo nuevo.
Pero la Resurrección no es solo un final feliz. Es el principio de una nueva creación. Por eso, en esta noche se encienden las velas de los bautizados, porque la luz pascual se comparte, no se guarda. En esta noche, el agua se bendice para el bautismo, porque la vida nueva brota de la Pascua. Y en esta noche, la Iglesia renueva sus promesas bautismales, porque la Resurrección nos exige una respuesta.
La Vigilia Pascual es, entonces, una invitación: pasar de la muerte a la vida, dejar que el Resucitado atraviese nuestros sepulcros personales y los llene de sentido, de perdón, de futuro. Es la noche de los que velan con esperanza, de los que creen que Dios no abandona su creación, de los que saben que el amor tiene la última palabra.
Esta es la noche que encendió la historia. Que también encienda nuestro corazón.