Lucas 12, 49-53

Domingo XXX del tiempo ordinario.

“He venido a traer fuego a la tierra”

La realidad es ambivalente. Las cosas, los elementos, su uso, los efectos de ellas sobre la vida, pueden ser positivos o negativos. En sí misma, si escuchamos la palabra “agua”, la catalogaremos como gracia, como un elemento no solo positivo sino necesario para la supervivencia del mundo entero, de la humanidad.

California en los Estados Unidos, todos los estados del norte del país, sufrimos por la falta de agua. Pedimos para que llueva, que nuestras presas se llenen, que tengamos la cantidad suficiente de agua para regar sembradíos, que el ganado no muera de sed, que nosotros tengamos vida sana y limpia. Jesús utiliza el agua como símbolo de vida eterna de plenitud

El agua, como todo, también es ambivalente. Puede ser instrumento de destrucción. Por exceso, un río se desborda e invade una mina, causando una catástrofe a 10 mineros. Una lluvia desmedida, puede ahogar toda una cosecha. Bien sabemos que hoy en día es acaparada por unos pocos con el fin de incrementar sus riquezas, y es instrumento de negociación, de chantaje, y así, pueblos poderosos dominan a otros más pobres.

Bíblicamente, se reconoce al agua como un elemento purificador, mediante el bautismo de Juan. Es también instrumento de vida eterna, como el agua del pozo de Samaria; es motivo de gran alegría durante las bodas de Caná. Pero también es instrumento de destrucción, como hoy, en que el buen Jeremías es arrojado a un pozo para que se ahogue con esa unión de agua y tierra que llamamos lodo. Por la exacerbación de las pasiones, el agua se utiliza como símbolo de destrucción en el diluvio, o en aquellos que buscan oponerse a que el pueblo de Israel logre su libertad y son cubiertos por las aguas del Mar Rojo.

En el Evangelio de hoy nos encontramos con otro elemento: el fuego. Jesús dice: “He venido a traer fuego a la tierra y cuánto desearía que ya estuviera ardiendo”. El fuego destruye cuando se vuelve incontrolable como constatamos sea en campos extremadamente resecos, o cuando es utilizado para deforestar y así, despojar de sus tierras a los campesinos, cambiar su uso, para sembrar amapola o mariguana en la sierra, o para una explotación inmobiliaria en las ciudades. Claro, todo esto para beneficio de muy pocas personas. Muchas veces en la Biblia, el fuego es un elemento de castigo y de destrucción. En cambio, hoy el fuego de Jesús, es purificador, es pasión, es fuerza qué motiva al cambio.

Fuego que ya arda, fuego que transforme, fuego que cambie, fuego que contagie, fuego que haga realidad el Reino del Padre. Es un fuego que ardientemente lo pide Jesus para vivir su misión. Es un apasionado de la vida. San Ignacio de Loyola, al enviar a San Francisco Javier como misionero al Asia, le encomienda “ id, inflamad todas las cosas”; y con esta frase, Ignacio le esta diciendo: vive con gran pasión, lucha por cambiar todo aquello con lo que te encontrarás. Que seas instrumento para que se crezca por allá la Palabra de Jesús; anúncialo con gran todo el fuego que hay en tu corazón, inflama todas las cosas. Javier en la India, en Filipinas, en Japón, bautiza, organiza catequesis, se incultura, dialoga con autoridades de aquellas regiones tan distintas… todo con el fin de que conozcan a Jesús, que hagan suyo “su Modo de Proceder”, tal como él mismo aprendió de Ignacio en aquellos ejercicios de París donde su corazón se transformó para arder con flamas inapagables de amor por Jesús.

“Un fuego que enciende otros fuegos”, tiene como consigna de vida otro gran santo jesuita: el chileno, san Alberto Hurtado. Jesús es precisamente “un fuego que enciende otros fuegos”pero con destino a toda la tierra, como nos dice el evangelio. Esa es la expectativa: todo un mundo, un universo que contagia, invita a recibir el mismo bautizo, ese que limpia, purifica, que rompe con lo que no es sano, con lo que quita plenitud.

Jesús no es idealista: está muy bien ubicado en la realidad. Conoce perfectamente que los corazones ardientes tardarán en llegar. “¡Cómo me angustio mientras llega!” Los corazones apasionados, ardientes pasan inadvertidos para muchos. El bautismo, la purificación, es minusvalorada, y es tal el nivel de confort, que sofoca todo fuego que busque mayor nivel de conciencia, qué se apasione, como lo hace Jesús, por los pobres, por los descartados de la sociedad. Este es el gran pecado de los que nos llamamos cristianos, de los que formamos su iglesia: un corazón sin chispa, sin pasión, que deja que el fuego del amor por los demás se apague, debilitándose poco a poco, en un mero cumplimiento de normas y “deberes ser” infecundos.

Paradójicamente, la misión de Jesús “no es traer La Paz sino la división “ y, peor aún, división al interior de las familias. Sabe que el fuego que lo apasiona, el bautismo que purifica, no serán aceptados ni por poderosos ni acomodados, ni por los conformistas o los ortodoxos, menos aún por los timoratos. Y en toda familia nunca falta uno de estos. La paz que pretende Jesús necesita de hombres y mujeres de autenticidad, introspección y capacidad de discernimiento, asertivos, y por supuesto, que no se acobarden ante el conflicto.

¡Todo esto no es nada fácil! Sólo es alcanzable cuando hay oración, intimidad con el Señor Jesús. Solo cuando esta intimidad con él, nos lleva al dialogo y la comunicación, y así crear fraternidad. Y desde esta, buscar medios de justicia y protección al más débil, de una verdadera paz. Una paz que partiendo de la armonía interna, lleve a la armonía con los demás, y, como conclusión, es la verdadera forma de lograr la armonía con Dios.

Los obispos de México, las superioras religiosas y superiores religiosos de México, y el provincial de los jesuitas en nuestro país, una vez terminadas las jornadas donde oramos por la paz, durante el mes de julio, nos convocan ahora a que no se apage esa mecha y así “dialogar en comunidad amplia para transformar desde Jesucristo, las realidades injustas, violencia e inseguridad”, favoreciendo “espacios de diálogo plural, crítico y propositivo. que permita avanzar en la construcción de respuestas interinstitucionales para colaborar en la solución de estos problemas que nos apremian”.

Nos proponen cuatro líneas de acción:

1. Jornada de oración cada mes

2. Conversatorios por La Paz

3. Diálogos justicia y seguridad

4. Utilizar la plataforma digital “enciende una luz” para hacer memoria y pedir por las víctimas de la violencia.

Estas invitaciones, muy concretas, para que nuestro corazón arda de pasión por La Paz propia del reino de Dios, las estaremos pensando en el Consejo Parroquial, ver caminos prácticos y así, unirnos a este esfuerzo nacional y mantener nuestro corazón ardiente, lleno del fuego de La Paz y del amor, y donde podamos fortalecer el protagonismo de ustedes, laicas y laicos, en la construcción de un mundo cada vez más humano y fraterno, donde la presencia de las mujeres y jóvenes es fundamental.

¡Cuánto deseo que ardaís!

¡ Qué pocas hogueras!

Fuegos débiles,

llamas tenues,

rescoldos sin fuerza

que son ya solo ceniza.

No se oye el crepitar,

ni se siente el calor,

ni se ilumina la oscuridad,

ni se acrisolan los tesoros

con este fuego que llevamos dentro.

Pero yo sigo soñando que tu fuego prenda

en nuestros corazones,

en los pueblos,

en las iglesias,

y en la creación entera.

Porque para eso has venido

a nuestro mundo

y te has desvivido,

día a día, entregándote

y comunicando la buena noticia.

¡No me atraen los que se encierran,

los que no se exponen al viento,

los que , por temor, huyen

o se protegen cuando vienes

y soplas suave o fuerte.

Yo anhelo tu fuego

para que este mundo arda,

se acrisole e ilumine.

Deseo que tu fuego nos sorprenda

y que prenda en nuestro corazones.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *