La Octava de Pascua es una semana envuelta en la luz de la Resurrección, que litúrgicamente es un solo y gran “día” de gozo. Pero si la liturgia de los evangelios nos muestra las apariciones del Resucitado, es en el libro de los Hechos de los Apóstoles donde podemos ver cómo ese encuentro con Cristo glorioso transforma radicalmente a los discípulos, especialmente a Pedro, y lo convierte en el gran anunciador del kerigma: el anuncio esencial de la fe cristiana.

El kerigma en movimiento

Durante esta semana santa y luminosa, hemos escuchado a Pedro proclamar en diversas circunstancias una única verdad:

Jesús, el crucificado, ha resucitado y en su nombre hay salvación.

Desde Pentecostés en adelante, Pedro ya no es el hombre temeroso que negó a su Maestro, sino el testigo firme que, con autoridad, predica ante el pueblo, ante los enfermos, y ante los poderosos. Y lo hace no desde una teoría, sino desde una experiencia viva:

“Nosotros somos testigos” (Hch 2,32; 3,15; 4,20).

Veamos brevemente el recorrido kerigmático de esta Octava:

  • Lunes: Pedro proclama a Jesús resucitado como Señor y Mesías ante la multitud de Jerusalén (Hch 2,14.22-33), iniciando la gran cosecha pascual de los primeros convertidos.
  • Martes: Llama a la conversión con palabras penetrantes: “Arrepiéntanse y bautícense… para el perdón de sus pecados” (Hch 2,36-41).
    El kerigma no es solo proclamación, es una invitación concreta a cambiar de vida.
  • Miércoles: En medio del milagro de la curación del paralítico, Pedro aprovecha para centrar la atención en Jesús: “No por nuestro poder, sino por la fe en el nombre de Jesús” (Hch 3,1-10).
  • Jueves: El anuncio se profundiza: “Ustedes mataron al autor de la vida, pero Dios lo resucitó… arrepiéntanse y conviértanse” (Hch 3,11-26).
    Pedro denuncia el pecado, pero no para condenar, sino para ofrecer salvación y consuelo.
  • Viernes: Pedro y Juan dan testimonio incluso en la persecución: “No hay otro nombre bajo el cielo… por el cual podamos salvarnos” (Hch 4,1-12).
    El kerigma no se adapta para complacer: se mantiene íntegro incluso ante las amenazas.
  • Sábado: Frente al Sanedrín, Pedro y Juan responden con firmeza: “No podemos callar lo que hemos visto y oído” (Hch 4,13-21).
    Aquí culmina la proclamación pascual: la experiencia del Resucitado no puede guardarse, exige ser compartida.

El anuncio pascual como misión permanente

Pedro es la figura clave en esta semana. No porque hable mucho, sino porque habla con autoridad nacida del encuentro. El kerigma no es doctrina fría, es testimonio de vida:

Cristo ha resucitado, y esto lo cambia todo.

Cada anuncio que Pedro hace, aunque esté en distintos escenarios, tiene la misma raíz: un fuego que arde en el corazón y que se convierte en palabra viva. El Espíritu Santo le ha abierto los labios y le ha dado valentía, y con ello ha nacido la Iglesia misionera.

¿Y nosotros?

Esta reflexión no es solo para admirar a Pedro, sino para despertar nuestra vocación bautismal. También nosotros hemos sido hechos testigos. ¿Dónde está nuestro “Sanedrín”? ¿Cuál es nuestra Jerusalén? ¿A quién debemos anunciar, aunque sea con temblor, que Jesús ha vencido a la muerte?

La Octava de Pascua no nos deja indiferentes. Nos invita a recibir de nuevo el kerigma como vida y misión, a dejarnos transformar por él, y a decir con Pedro —en la plaza, en la casa, o en medio de la prueba—:

Nosotros no podemos callar lo que hemos visto y oído.

Hechos 4;20

¡Aleluya!

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