“Ahora yo voy a hacer nuevas todas las cosas” (Ap 21,5)

Reflexión para el V Domingo de Pascua – Ciclo C

El Resucitado no es simplemente quien venció la muerte: es quien transforma la historia desde dentro. El Señor glorificado no ofrece un simple consuelo ante las lágrimas humanas, sino que, como dice el Apocalipsis, “hace nuevas todas las cosas” (Ap 21,5). Ésa es la buena noticia del Evangelio pascual: en Cristo todo se puede rehacer, recomenzar, resucitar.

La primera lectura (Hch 14,21b-27) nos presenta a Pablo y Bernabé regresando de misión. No traen estadísticas ni conquistas humanas, sino un testimonio humilde: “contaban lo que había hecho Dios por medio de ellos” y cómo “les había abierto a los paganos las puertas de la fe”. Es decir, la obra es de Dios, no nuestra. La conversión no es una conquista del esfuerzo humano, sino una gracia que se abre a quien está dispuesto a recibirla. En este tiempo pascual, también nosotros estamos invitados a vivir con el corazón abierto, sin temor a las fronteras ni a los comienzos. Como aquellos paganos, somos llamados a entrar por la puerta de la fe, incluso si nuestra historia ha sido de lejanía o resistencia.

El mandamiento nuevo que Jesús da en el Evangelio (Jn 13,31-35) no es un consejo, ni una meta sólo para los santos. Es el distintivo del cristiano. No se trata de un amor sentimental ni genérico, sino de un amor concreto: “como yo los he amado”. Es decir, un amor que se entrega, que se abaja, que se deja herir. Así nos amó Jesús, incluso sabiendo que Judas lo había traicionado y Pedro lo negaría. Y así quiere que nos amemos: con un amor que glorifica a Dios, no por lo perfecto, sino por lo gratuito.

Este amor no nace del esfuerzo, sino del encuentro con Cristo vivo. Por eso, la vida cristiana no es una mejora ética ni un perfeccionismo religioso. Es dejarse renovar por dentro. Es permitir que el Resucitado, desde su trono glorioso, pronuncie también sobre nuestra vida esas palabras definitivas: “Ahora yo voy a hacer nuevas todas las cosas”.

Esta renovación, incluso en la misma Iglesia, debe pasar por el mismo lugar; ese primer anuncio que nos recordó el papa Francisco en Evangelii Gaudium:

Hemos redescubierto que también en la catequesis tiene un rol fundamental el primer anuncio o «kerygma», que debe ocupar el centro de la actividad evangelizadora y de todo intento de renovación eclesial. El kerygma es trinitario. Es el fuego del Espíritu que se dona en forma de lenguas y nos hace creer en Jesucristo, que con su muerte y resurrección nos revela y nos comunica la misericordia infinita del Padre. En la boca del catequista vuelve a resonar siempre el primer anuncio: «Jesucristo te ama, dio su vida para salvarte, y ahora está vivo a tu lado cada día, para iluminarte, para fortalecerte, para liberarte»

¿De qué modo Cristo puede hacer nuevas nuestras relaciones, nuestras comunidades, nuestras heridas? A través del amor que no excluye ni condena, sino que testimonia, con obras, que Dios sigue habitando entre nosotros. Ese amor no se improvisa: brota de una experiencia de encuentro. Por eso la Pascua es el tiempo de la conversión, de la apertura, de la misión. Tiempo para volver a lo esencial, para reconciliarnos, para creer que aún es posible la novedad de Dios.

Preguntas para orar:

  • ¿Estoy dejando que Dios renueve mi corazón o me aferro a lo viejo?
  • ¿Reconocen los demás, por la forma en que amo, que soy discípulo de Cristo?
  • ¿Estoy abriendo también yo las puertas de la fe a quienes aún no han entrado?

Oración final:

Señor Resucitado, Tú haces nuevas todas las cosas. Renueva mi corazón, mis palabras, mis relaciones. Hazme testigo de tu amor que transforma y consuela, que abre caminos y derriba muros. Que no tema comenzar de nuevo. Amén.

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