Reflexión para el Sábado de la Octava de Pascua
Al concluir esta Octava de Pascua, la liturgia nos sitúa frente a una gran tensión: el anuncio del Evangelio, por un lado, y la resistencia del mundo a escucharlo, por el otro. Pero lo que destaca con fuerza en las lecturas es la determinación de los testigos de la Resurrección.
En la primera lectura, Pedro y Juan están ante el sanedrín. Han sido encarcelados, interrogados, amenazados. Las autoridades religiosas buscan silenciarlos. Pero ellos responden con una valentía nacida no de terquedad ni fanatismo, sino de una certeza profunda:
“Nosotros no podemos dejar de contar lo que hemos visto y oído.” (Hch 4,20)
¡Qué hermosa convicción! Ellos han sido transformados por el encuentro con el Resucitado. Lo han visto vivo, lo han oído, han convivido con Él resucitado. Y eso no se puede callar. Callarlo sería traicionar la verdad, sería apagar la alegría que les arde por dentro.
Esta escena revela el corazón de la misión cristiana: no es una ideología que convencer, sino una Persona que hemos encontrado y que nos ha cambiado la vida.
El Evangelio de Marcos recoge el desconcierto que provocó, incluso entre los discípulos, el anuncio de la resurrección:
– María Magdalena lo ve… no le creen.
– Los discípulos de Emaús lo ven… tampoco les creen.
– Finalmente Jesús mismo se aparece, y les reprocha su incredulidad y dureza de corazón.
Pero justo ahí, donde hay duda y debilidad, Jesús no los abandona. Al contrario, les confía la gran misión:
“Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura.” (Mc 16,15)
Eso es Pascua: no solo la victoria sobre la muerte, sino el envío, la misión. Cristo Resucitado no quiere que nos quedemos en el cenáculo con las puertas cerradas. Nos impulsa a salir, a hablar, a compartir.
Y aquí entramos tú y yo.
No hemos visto a Jesús con los ojos del cuerpo, pero sí con los del corazón. Lo hemos encontrado en la Eucaristía, en su Palabra, en momentos de gracia y consuelo, en el perdón recibido, en el hermano necesitado.
¿Podemos callarlo?
Que este tiempo pascual reavive en nosotros esa certeza de Pedro y Juan:
“No podemos callar lo que hemos visto y oído.”
Porque el mundo necesita testigos, no solo maestros. Necesita cristianos que anuncien no solo con palabras, sino con su vida, con su alegría, con su esperanza.
¡Cristo vive! ¡Y nosotros lo anunciamos!
Aleluya.