Escrito por: André Contreras Sánchez.
Primera edición: 29 de diciembre del 2023
Transcrito del diario de Ejercicios Espirituales de San Ignacio de André Contreras Sánchez.
Basado en el concepto de “Las Dos Banderas” de San Ignacio de Loyola.
¿Qué es eso? Alcanzas a percibir un lugar que parece lleno de diversión, atractivo para toda persona que lo vea. Algo como una feria. Una línea recta que te va diciendo el orden de los juegos que debes jugar, un camino de ida y otro de vuelta. Cada juego te pide pagar para jugarlo.
El primero es una máquina de garra, que por más que baja no toma nada, hasta que te entrega una barrita de chocolate, suficiente para que te sientas satisfecho y puedas pasar al siguiente juego.
El siguiente juego es el Black Jack. La tarifa de entrada es más cara, pues tienes una apuesta mínima que pagar. Cada vez que juegas sientes más adrenalina, pero nunca ganas nada, y tras tantas partidas, empatas con la casa y recuperas una sola de tus apuestas, lo que te hace sentir satisfecho y puedes avanzar.
Así vas avanzando en los juegos, subiendo la intensidad con cada uno de ellos. Notas algo que te llama la atención: la feria tiene una inclinación hacia abajo. Es decir: mientras más avanzas, más abajo terminas; pero mientras más juegas, más te sientes un gran ganador, cuando en realidad, siempre acabas perdiendo. Este sentido de victoria te hace ignorar este detalle, y sigues jugando de manera desmedida.
Conforme te acercas a la parte más baja de la feria, la vista te permite ver poco a poco el último juego: la ruleta rusa, el juego donde, si llegas a ganar, tu premio es solamente mantenerte con vida. Entonces caes en cuenta de donde estás parado. Cobras conciencia del peligro en el que estás, y decides huir de este lugar. Pero el camino de regreso es cuesta arriba. Corres y corres, tu corazón no deja de acelerarse; sin embargo, solamente puedes subir un poco. Escuchas a tus costados gritos de los que atienden los juegos:
– ¿¡A dónde vas!?
– ¡Regresa!
–¿¡No ves que estabas a punto de ganar!?
Pero tanto era tu miedo, que no prestas atención. Solo podías empezar a notar más luz en tu camino, lo que quería decir que mientras más profundo estabas en la feria, más oscuro todo se tornaba. Así que, intrigado, corres con más fuerza a la luz que alcanzas a ver al final del camino y que va iluminando tu paso en esta línea. Y por fin logras salir.
Estás cansado y los rayos de luz no te dejan apreciar tu entorno, pero te sientes aliviado, ¡pudiste salir de ahí! Cuando logras ver con claridad lo que te rodea, quedas boquiabierto, admirando un parque enorme y lleno de vida. Dando vueltas sin poder creer la belleza de lo que estás contemplando, aprecias muchos árboles, flores y pasto verde a lo largo de todo el parque; un lago enorme de agua clara como el cristal, que se encuentra justo en medio de todo; un campo de juegos lleno de columpios y toboganes de todos los tamaños; y a lo largo, muchas canchas de todos los deportes que existen.
Percibes familiar, pero de una manera extraña la presencia de más personas. Puedes notar a un joven solitario jugando Básquet en una de las canchas, encestando cada una de las veces que lanzaba el balón. En el lago también alcanzas a ver a alguien: un viejo señor sentado en una pequeña lancha, pescando tranquilamente y, a cada pez que saca del agua, lo regresa para que siga nadando. A lo lejos, puedes observar a un pequeño perro con pelaje café, disfrutando el caluroso sol de un cielo despejado de medio día. Estaba acostado fuera de una casa de madera hecha a su medida, que parece haber sido construida a mano.
Con ganas de saber lo que es este lugar, te acercas al joven jugador. Interrumpiendo su juego perfecto, te saluda con una mirada cariñosa y un apretón de manos firme que te regala mucha confianza. Le preguntas cómo se llama, a lo que él responde «Emmanuel». Pero claro: tú sigues intentando entender lo que acabas de vivir, así que, reflexionando, lo dejas ir y observas a Emmanuel seguir con su juego.
Tu nuevo amigo, al notar tu cara de confusión, te mira de arriba a abajo y te pregunta:
–¿Qué tienes ahí?
Te miras sin comprender lo que te pregunta y, te das cuenta de que en tus manos sostienes una barra de chocolate y unas cuantas fichas de casino.
–Algo que conseguí en la feria–respondes.
–¿Qué feria? –pregunta Emmanuel, extrañado por tu respuesta.
Te das la vuelta y señalas la salida del parque, pero apenas alcanzas a ver la feria de la que tanto te había costado salir. Parecía que estaba cubierta por niebla, o que simplemente desaparecía.
–Ah, esa feria –dice decepcionado, pensativo–. ¿Cuánto gastaste?
Tiras en la basura el chocolate y las fichas inútiles, y metes las manos en los bolsillos, para darte cuenta que ya no traes dinero, lo habías perdido todo.
–¡No te preocupes! –expresa con suavidad– Ven a jugar conmigo, aquí no necesitas nada de eso.
Después de jugar un rato con él, te das cuenta que ya no puedes ver la feria de donde habías salido. Al buscar ese lugar con la mirada, tus ojos caen en el caballero del lago, que, sonriendo, te saluda con mucha emoción, como si te conociera ya de hace años. Emmanuel, al poder notar la confusión en tu rostro, te dice:
–Es mi papá, ¿quieres conocerlo?
Asientes con la cabeza, Emmanuel te toma del brazo y te lleva por el parque, hasta llegar al gran lago, para encontrarse con el viejo señor. Ya estando con él, Emmanuel lo saluda con un abrazo cariñoso y lleno de ternura, y después de haberle contado la paliza que te dio jugando Básquet, el anciano pescador te saluda cariñosamente por tu nombre.
–¡Que gusto verte aquí! –exclama con alegría.
Es entonces cuando tus emociones empiezan a mezclarse; la emoción, la confusión, la tranquilidad, la alegría y un extraño sentimiento de casa y hogar inundan tu cabeza. Tu corazón está ardiendo como nunca antes lo había hecho; las llamas suben por tu garganta y tus ojos se llenan de lágrimas que en cualquier momento podrían salir y caer.
Y durante todo este momento, empiezas a sentir algo rascando la parte trasera de tu pierna. Es el perro que estaba acostado, llamando tu atención para que lo acaricies. Y por alguna extraña razón, acariciar al perro te llena de tranquilidad y de paz.
–Papá, dice que viene saliendo de la «feria» –comenta Emmanuel con un tono burlón.
–Con que una feria, ¿eh? –te pregunta el viejo señor.
Esta pregunta te hace volver a tu confusión, y ante esto, le cuentas todo lo que viviste ahí dentro: como cada juego te llevaba más profundo a la oscuridad, te vaciaba el bolsillo y te ponías en más peligro.
–Te explicaré, entonces –retoma la palabra el señor–. No necesariamente es una feria. Todo ese concepto es una manera de llamar tu atención. Puedo ver que te gustan los juegos. El mal espíritu (así le llamo) aprovecha esta pasíon de ti para seducirte, y utiliza todo lo que puede para que te mantengas en ese lugar; la barra de chocolate y las fichas de casino son cosas que deseabas con tanta fuerza, que te quedaste con ellas y seguías jugando para no perderlas.
Todo empieza a hacer sentido en tu cabeza después de la respuesta de este sabio personaje, pero la duda de la desaparición de la feria te persigue y, se lo haces saber al viejo señor.
–¡Oh, no, para nada! –te responde– No desapareció, solo que al menos querer estar ahí, menos la puedes ver.
–Pero, ¿por qué no hay nadie en el parque conmigo? –preguntas con curiosidad.
–¿Había alguien más en tu feria?
–No, solo los que la atendían.
–Bueno, pues aquí funciona algo parecido. Tomé tu pasión, los juegos, y los convertí en este parque en el que te sientes más sano jugando, ¿no es cierto?
-Si, pero…
– Y estar aquí es lo máximo, ¿no? –te interrumpe emocionado por explicarte– Este lugar te hace olvidar todas las cosas que conseguiste en tu feria; por eso las tiraste. ¿Te gusta lo que hice solo para ti?
–¿Esto que «hiciste»? –preguntas confundido ante lo que acabas de escuchar.
–Bueno, bueno, yo «solo» no lo hice –aclara el papá de tu nuevo amigo–. Claro que me ayudó Emmanuel; él eligió la idea de los deportes, ya viste que es muy bueno jugando. Y también me ayudó Ruja, la perrita que te rasca para que la acaricies. Pero bueno: en realidad somos tan unidos que puede parecer que somos un solo ser. Es por eso que el parque lleva mi nombre.
–¿Tu nombre? ¡Pensé que eran siglas! –dices sorprendido.
–¡Así es! Mi nombre: YHWH por sí solo no tiene el sonido de una palabra normal, pero puedes llamarme «Yahvéh». ¡Mucho gusto, hijo mío!
Al escuchar esto, tu manera de ver todo lo que te rodea cambia. Te das cuenta que estos 3 seres que se te presentan son en realidad Padre, Hijo y Espíritu Santo; «Emmanuel»… ¡Claro! Significa «Dios con nosotros»”. Y «Ruja», ¿cómo pudiste pasarlo por alto? Claramente es un anagrama de «Ruaj»: ¡El aliento de Dios!
Sin poder contenerte, dejas salir las lágrimas acumuladas desde que empezaste a hablar con quien ahora sabes es Yahvéh. Te acercas a Él y tus brazos lo rodean con el cariño de un hijo que vuelve a su padre. Porque tanto mal has hecho, y Él hace un parque hermoso especialmente para ti.
–Bueno… basta de llanto. –Te interrumpe Yahvéh–. Ahora prepárate, porque vas a regresar a ese lugar y me vas a ayudar guiando hacia mí a todo el que se encuentre ahí. Pero no te preocupes, Emmanuel y Ruja estarán ahí también. Ruja se encargará de protegerte de cualquier peligro.
– Y yo voy a distraerte para que no vuelvas a caer en los juegos –te dice Emmanuel contento, mientras te toma del brazo y te invita a seguir.
Así que te preparas para tu misión, recuerdas todo lo que viviste y lo guardas en tu corazón para tenerlo presente todo el tiempo. Y cuando estás apunto de salir del parque, escuchas la voz suave y cariñosa de Yahvéh que te dice a lo lejos:
“Te amo”.
La Feria © 2023 by André Contreras is licensed under CC BY-NC-SA 4.0
Hermosisimo cuento que me recordó algo muy importante y me conmovió hasta emocionarme!!! Gracias por tan bello cuento y por situarme. 🥰