Lucas 1, 8-18
Domingo XXIX del tiempo ordinario.
“Orar siempre y sin desfallecer“
En este mes hemos seguido la lectura del evangelio de san Lucas, especialmente aquellas parábolas de Jesús donde invita a la oración. Se puede hacer un tratado de espiritualidad de todas estas lecturas. Simplemente recordar como Jesús invita a orar con las sencillas y profundas palabras del Padre Nuestro; o de aquel hombre, que por quitarse de la insistencia del amigo a media noche, le da lo que pide; o recordar al papá que, si el hijo le pide alimentos, no le da alimañas… Hoy el evangelio se centra en la viuda que insistentemente pide justicia.
De las lecturas vistas en la semana anterior, podemos concluir que hay varios tipos de oración, como la de dar gracias, o la de petición. El objetivo de esta última no esta en pedir cualquier cosa, sino en pedir el Espíritu Santo. Que el padre nos conceda el Espíritu Santo, significa caer en la cuenta de que tenemos multitud de cualidades, muchísimas posibilidades, y, por lo mismo, mucha responsabilidad. Reconocer así al Espíritu Santo, es oponerse a la imagen de Dios como mago, o como político en campaña. Igualmente, la visión de un Dios de toma y daca no es la que Jesús nos presenta: tú me pides, yo te concedo, y tú cumples con una serie de preceptos para lograr tu salvación.
Tampoco es la visión de la muy mal entendida omnipotencia de Dios, en que sus intervenciones van en contra de las leyes de la naturaleza que él mismo impulsó, al crear la naturaleza, tal como es, y a nosotros, tal como somos.
Entonces, ¿Qué significa pedir el Espíritu Santo al orar el Padre Nuestro?: trabajar por el Reino de verdad y justicia, de amor y solidaridad, de comunidad. Pedimos el pan de cada día, como responsabilidad: reconocer nuestras capacidades y cualidades, trabajar con ellas por ese pan y compartirlo con quienes no lo tienen. Cuando decimos perdonarnos unos a otros, pedimos vivir en comunidad, sabernos entender, aceptar, para no ofendernos y, sí tomar decisiones conjuntas que ayuden al Bien Común, que cuiden esta creación que él nos dio, incluyendo nuestras relaciones. Pedimos no caer en la tentación de querer usurpar su lugar entre nosotros, de romper el Reino que hemos pedido, de vivir en forma egoísta, individualista, nada igualitaria, que contradiga las dos primeras palabras de nuestra oración: Padre Nuestro. Todos hijos, todos, todas, un mismo padre, una sola familia. Un NUESTRO Padre, una UNICA FAMILIA.
Hoy, en el evangelio, “para enseñar a sus discípulos la necesidad de orar siempre y sin desfallecer”, Jesús narra la parábola del juez corrupto quien afirma de sí mismo “no temo a Dios ni respeto a los hombres” pero que cede ante “la insistencia de esta viuda, voy a hacerle justicia para que no me siga molestando.”
Retomo dos puntos de esta parábola ante la oración: una la actitud y otra el objetivo. La actitud es la perseverancia. El objetivo: la justicia de Dios.
Para conseguir muchos objetivos es necesario hacer procesos, tener un objetivo claro, con muchas líneas de acción. Estamos organizando la kermés. Tenemos claro el objetivo: Que en este camino de sinodalidad, compartamos todos juntos la alegría de ser comunidad y nos animemos en el trabajo de construir la paz en México. Para conseguirlo se necesitan muchas tareas, mucho pensarle, meterle compromiso, para que esta se realice. Que los permisos del municipio, que conseguir infraestructura, que los ministerios se reúnan para organizarse en el puesto que les tocó, que los médicos arreglen la enfermería, que la venta de apartados… hay que ser persistentes para conseguir el objetivo.
Por supuesto hay cosas más trascendentes, tanto por su duración como por su importancia, varias de ellas coincidentes, con la petición de justicia de la viuda en el evangelio. Los familiares de desaparecidos, cuyo objetivo es encontrarlos, saber de ellos, y que su persistencia los lleva a buscarlos en uno y mil lugares. Insistir para que su lucha no pase al olvido: haciendo marchas, denunciando en los medios de comunicación, por supuesto, con la oración, como la que precisamente hoy, pedimos por ellos en toda la iglesia mexicana… Persistencia, también, para acudir a instancias gubernamentales, donde más de alguna vez se encuentran con funcionarios parecidos a los del evangelio, sin temor a Dios ni respeto a los hombres.
En fin, la perseverancia es una actitud necesaria para muchas actividades: sacar adelante una empresa, conseguir empleo, para acompañar a las personas, especialmente a los jóvenes. Perseverancia para trabajar por la paz, como lo estamos haciendo en toda la iglesia de México.
El objetivo, la justicia de Dios. ¿cuál es la diferencia entre la justicia humana y la justicia de Dios? Como previo, solo decir que ambas son positivas, buenas. La justicia humana la vemos en la petición de la viuda: ser reconocida como persona, se respeten sus bienes, conseguir apoyo para el sostenimiento y educación de los hijos. También la encontramos en la lucha de los familiares de los desaparecidos. Podría ser también por el motivo que viven muchos hermanos en el penal de aquí a dos cuadras. Quizá también en nuestra búsqueda eclesial por la paz. Justicia equitativa, se logre un equilibrio sano entre las personas. Se respete los acuerdos normados en la ley. Se posibilite libertad básica en igualdad de condiciones para todos.
La justicia de Dios, a diferencia de la humana, no tiene nada de retributiva. Es gratuita, es regalo de él para todos nosotros. La recibimos como don. Es sabernos ya, aquí y ahora, salvados, amados totalmente por él, con la esperanza de que esa salvación no tendrá fin. La justicia de Dios, eso si, tiene una preferencia especial: los más pobres. Nuestro Arzobispo, Don Constancio Miranda, antier, al iniciar la XXIII Asamblea Pastoral diocesana, nos decía que los pilares que animan el servicio pastoral de Jesús son cuatro: el Reino de Dios, la Voluntad del Padre, la docilidad y armonía con el Espíritu y, finalmente, el cariño a los pobres: “En su ministerio Jesús refleja una clara preferencia por el pobre, el humillado y el débil, a quienes les restituye su dignidad de personas y de hijos de Dios”, nos dijo invitándonos a vivirlos en su seguimiento desde nuestro ministerio.
Como en mil casos lo demostró Jesús, la viuda es un ejemplo de este cariño. En ella, la justicia divina totalmente amorosa, es de rápida ejecución. “¿creen ustedes acaso que Dios no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, y que los hará esperar? Yo les digo que les hará justicia sin tardar”, afirma con total certeza Jesús. Pero hacen falta manos que lo hagan realidad en el presente, que se refleje en la sociedad donde nos movemos, en el trabajo que hacemos, en la pastoral social de la parroquia y de la diócesis, en la vida política del país, en cada una de las familias.
El ejemplo de la oración de hoy, no es para pedirle a Dios su justicia; ya la tenemos, insisto, gratis. Pero si para que podamos ser sus instrumentos para su realización en la historia que nos está tocando construir.
Termino con la poesia de Florentino Ulibarri ¿CÓMO CALLARNOS…?
Cuando la causa es justa,
cuando lo que está en juego es la vida,
sea la propia o la ajena,
cuando los valores que anhelamos
son los de tu evangelio,
cuando se nos arrebata lo que nos diste gratis
desde el inicio de esta historia…
¿Cómo callarnos…?
Haznos osdos hasta la impertinencia,
pero sin cambiar de bando.
Ante tantos desmanes de quienes elegimos
para ser nestros representantes
y para que nos defendieran en tiempos de crisis,
o de quienes llegaron junto a nosotros
como enviados para enseñarnos
a estar a tu lado y vivir como hermanos,
ante el buen vivir de quieres no nos dejan vivir…
¿Cómo callarnos…?
Haznos osdos hasta la impertinencia,
pero sin cambiar de bando.
Hoy que parece estar todo atado y bien atado,
porque las leyes las hacen los de siempre;
hoy, que se impone el silencio y el rendimiento
y nos invitan a ser peones en el tablero;
hoy, que está mal visto alzar el vuelo
y mirar desde otro punto que no sea el de ellos;
hoy, que se nos sugiere que no merecemos lo que tenemos…
¿Cómo callarnos…?
Haznos osdos hasta la impertinencia,
pero sin cambiar de bando.
Porque queremos ser tus hijos
y no olvidarnos de que somos hermanos,;
porque queremos ejercer nuestros derechos,
los que tú nos diste al inicio;
porque nos susurras que no renunciemos
a tu soplo y Espíritu;
porque no queremos otros señores…
¿Cómo callarnos…?
Haznos osdos hasta la impertinencia,
pero sin cambiar de bando.