24 de abril – Domingo II de Pascua o de la Divina Misericordia

EL SEÑOR JESÚS, FUENTE DE LA VIDA
Hech 5,12-16; Sal 117; Apoc 1,9-11.12-13. 17-19; Jn 20, 19-31

En Juan, se destaca una marcada insistencia cristológica.

No es así simplemente por el mero hecho de que un evangelio es un género literario que se focaliza en la vida de Jesús. Es así porque Juan escribió su evangelio “para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios y para que, creyendo, tengan vida en su nombre” (v. 31).

En otras palabras, no es suficiente que escuchemos que Jesús ha resucitado, como hemos escuchado en casi todos los evangelios en todas las liturgias empezando por el domingo pasado. Tenemos que creer en este Jesús resucitado.

Por eso, el Evangelio narra el relato del apóstol Tomás y sus dificultades para creer. Sólo si nos abrimos a Jesús (y tal apertura es la fe) podremos gozar de los beneficios que manan de la fuente de la vida eterna.

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